ENTREVISTA CON ANTONIO MOLINA
Publicado: agosto 15, 2012 en Canción popular, Entrevistas
Etiquetas: Peña El Tronío
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Esta entrevista fue realizada por la Peña El Tronío, cuyos miembros fundadores fuimos Juan José Vázquez, Miguel Viñerta, Fernando Seral, José Miguel Martínez Urtasun y el firmante, con motivo de una actuación de Antonio Molina en la Sala Aida de Zaragoza. La Peña formada en “defensa y reivindicación de la canción española”, tenía un tono irónico, jactancioso y mitificador del que da cuenta la entrevista. Sin embargo, el toque kitsch, un punto surreal y costumbrista, viene dado por las declaraciones del propio cantante cuyas respuestas se reprodujeron literalmente. Puede verse, si no, el distinto tono de las respuestas en la entrevista realizada por las mismas fechas a Juanito Valderrama http://javierbarreiro.wordpress.com/2011/12/14/entrevista-con-juanito-valderrama/
Este trabajo fue publicado por el periódico El Día de Aragón, el 12 de abril de 1985, con el título:
A. Molina: Alma seráfica de la canción
La plana mayor de la Peña El Tronío – exceptuando al tesorero cuyo paradero se desconoce, por lo que no fue posible entregar la insignia de oro y brillantes a Antonio Molina que, sin embargo, recibió el codiciado diploma que lo acredita como socio de postín de la misma- había mantenido antes de la actuación y en compañía del amable empresario Felipe Cifuentes una dilatada y distendida conversación
No resulta fácil sonsacar a Antonio Molina frases rotundas y destellantes. El “To er mundo e güeno” parece inventado por ese garboso jilguerillo que a sus 56 años asegura seguir manteniendo el más impresionante agudo del cante. Cuentan que cuando Antonio Molina actuó en el coso taurino zaragozano ante veinte mil enfervorizados entusiastas, si soltaba un agudo, uno podía desplazarse a tomar un vino al cercano Bar La Taurina y, a la vuelta, todavía seguía vibrando en el aire la nota lanzada por tan divina garganta. Imposible sacarle una frase azarosa, algo que pueda resultar polémico e irritante, al contrario que a tantas figuras de la canción española, que abnegadamente suministran quintales de morbo al público ibérico, renunciando, incluso, al mantenimiento de su propia reputación.
No fuma, bebe únicamente un litro de leche “al acabar la actuación”, viste un sorprendente y jacarandoso abrigo marinero que a duras penas oculta el impoluto y suntuoso pañuelo de seda blanco que defiende su garganta de las inclemencias, y conserva esos negros cabellos ahuecados que fueron señuelo para una generación de españoles.
Entre chanzas y cuchufletas, rodeados de copas de fino, en el confortable despacho del empresario Felipe Cifuentes que sólo pretende “poner un granito de arena acercando al público zaragozano una voz que admiro desde niño”, le preguntamos al artista por sus inicios y nos trastea con maestría: “Tengo comprometidas con una revista la publicación por capítulos de mis memorias y no quiero comprometer a nadie” .
Instado por nuestra curiosidad, al fin, se pronuncia: “Empecé a los 16 años por las calles de la Reina y la Victoria de Madrid. Cantaba a Manolete, Arruza, a Bienvenida en la Pañoleta. Me invitaban a comer, me daban unas pesetillas, hasta que gané un concurso de Radio España y me hicieron un contrato por una semana. La gente se arremolinaba. Se me pidió que repitiera y aquello parecia un ascua. Ya, me llamaron de Barcelona, grabé un disco, y aquí me teneis”.
Impresionados por la capacidad sintética del maestro pero ávidos de más noticias, insistimos. “Todos los hermanos de mi madre cantaban, sobre todo uno, teniente de la Guardia Civil, que lo mataron en la guerra. Pero el primer artista de la familia fui yo”.
Enumeramos admirativamente sus películas: El pescador de coplas, El Piyayo, ese estremecedor documento social: Esa voz es una mina, Malagueña, el impresionante drama humano, que tanto interesó a Buñuel: La hija de Juan Simón, El Cristo de los faroles, Café de Chinitas…y le preguntamos con qué director ha trabajado más a gusto. “Soy una persona muy abierta, muy dado a que me quiera la gente, muy sencillo y conmigo se han intentado llevar bien todos. Y a quien ha intentado llevarse mál, yo me lo he llevado por el terreno bueno y él ha entrado; porque si él ha entrado con la soberbia, yo he entrado con la humildad. Y la humildad siempre ence a la soberbia.”
“¡Qué bonito!” No puede menos que exclamar Felipe Cifuentes, quitándonoslo de la boca. “Yo creo que es así, vamos”, remacha el maestro.
Respecto al cine musical español opina: “Conectaba con el público. Igualmente hoy lo quiere y lo pide, más que el americano y más que ninguno, porque le ahonda más, porque es del pueblo. Lo otro no lo entiende igual que una cosa nativa, lo mismo que en Murcia se entiende de pimientos y tomates, y no de cocos y cacao”.
Sabiendo que no es verdad, le decimos que la canción española pertenece al pasado. “¡Qué va! Eso es infinito, como los toros. Si se acaban los toros, el arte flamenco, el fútbol y los cuarenta deportes que hay, ¿de qué vamos a disfrutar los españoles?” Entre “olés” y tragos percibimos que se han agotado las copas. Con el pesimismo de la situación, una voz exclama: “Faltan los grandes compositores de antaño”.
Corrige el maestro: “Los hay muy buenos. Lo que es que antes bebían muy poco y ahora son muy borrachos. Cuando se tiene la cabeza perdida no se enhebra bien, enhebran en un momento, pero en ese momento en que están enhebrando se les va la cabeza y cogen la cuerda y son capaces de ahogar al que está la lado”.
Conscientes de que no estamos en esa categoría profesional –así va la música- rellenamos las copas. Es el momento de preguntar por su sucesión. “Es muy difícil. El cante flamenco es una cosa que la da Dios. Yo soy muy cristiano y a mí me la ha dado, lo que procuro aprovechar al máximo como todo lo que viene de Dios. La muerte, como viene de Dios, me será tan dulce que moriré riendo”
“Ya no nacen figuras. Si acaso, duran dos o tres años, ganan el dinero, no saben guardarlo y se ven con los calzoncillos rotos. Nosotros marcamos una época y es difícil que se nos vean los pantalones rotos. Además, no son ellos los que cantan, cantan las multinacionales, cantan los micros e, incluso, les cambian las voces en la casa de discos. Pero, cuando se van a enfrentar al público cara a cara, no tienen voz ni voto. A mí el público no me admitía micro, y ahí me tienes en las plazas de toros cantando a pelo. Yo tenía, y tengo, voz para eso. Gracias a Dios”.
Cabeceamos y recordamos algunos de los juicios que el arte de Molina ha merecido. Alguien dice: “el arte de Molina conjuga la técnica de Marchena y el matiz de Angelillo” y se le pregunta su opinión sobre los grandes del cante. Angelillo, “gran persona y mejor cantante. Un caballero”. Miguel de Molina, “gran cantante y gran artista. Se comía las tablas”. Pepe Pinto, “Muy buen artista, también”. Valderrama, “Un fenómeno en lo suyo” El Cojo de Huelva, “Cantaba muy bien. Murió en Sevilla hará veinte años. Lo mató un camión que iba con unas vigas de cemento que se le metieron por el pecho”. Sabemos que Antonio socorrió a su viuda en momentos difíciles, cuando todos los que había jaleado a su marido le volvían la espalda.
Marchena, “Un genio en lo suyo. Se las sabía todas y una más. Poqueta voz, pero muy administrada y muy dulce”. Manolo Caracol, “Un genio en lo suyo. Esa voz ronca, pastosa, bonita, que sale de lo profundo del alma. Se entregaba al arte, igual que Lola Flores”. Lola Flores, pues, “Un genio en lo suyo. Un fenómeno como artista y persona. Además, muy humana. Lo digo por experiencia”.
Preguntado si había tenido roces con los actores, por modificar el tono encomiástico, nos demuestra que se las sigue sabiendo todas, en un ataque a la gallega. “¡Por qué no me preguntas por los roces con las actrices? Roces con ellas, con ellos ninguno.”
Excitados por la chanza y haciéndonos eco de las preocupaciones populares, indagamos por sus hijas, la otra gran aportación de Molina al arte español. “Las adoro, las quiero. Doy mi vida, mi arte y todo por mis hijas. Por mí no doy nada, por mis hijos todo”. Y cualquiera.
Hablan y hablan los indocumentados y no saben que Antonio Molina fue pionero en atreverse a cantar en catalán. Entona aquella inmarcesible “Catalaneta”, iniciativa seguida con fervor por todos los presentes. Gritos de “¡Visca Catalunya!”, “¡Viva Aragón!”, “¡Viva España!” se entremezclan en confuso torrente integrador. La conversación deviene francachela, con lo que es el momento de finalizar la entrevista.
He ahí al hombre. Su arte nos acompañará siempre.